LA LEYENDA DEL CONDE NEGRO DE SEVILLA
Paseando
por la ciudad, encontramos por de San Roque,
una calle abandonada y sucia, de feísimos
edificios, habitados por los descendientes
de aquellos Repolidos y Maniferros de que
habla Cervantes en sus obras transcurridas en la Sevilla capital del
comercio de indias, la cual lleva el
nombre de la leyenda que contamos encabezado de estas
líneas en memoria de un singular
personaje que allí tuvo su residencia
a fines del siglo XV.
Cuentan
los cronistas de la época que era muy general
en Sevilla en aquel tiempo la venta
de esclavos negros, los cuales para
su servicio tomaban los principales casas
señoriales de la ciudad , a esto se debía el
que se encontrasen en nuestra ciudad
muchos negros, que solían juntarse los
días festivos por los alrededores de
la puerta del
Osario en
compañía de sus mujeres e hijos,
celebrando con la mayor fruición bailes
y tertulias al aire libre, según sus
usos y costumbres de la época.
No
se molestaba aquí a los negros
como era común en otras poblaciones castellanas;
antes al contrario, tratábaseles con mucha
benignidad y estaban bien mirados y cuidados, y el
arzobispo don
Gonzalo de Mena,
que tuvo por ellos gran simpatía, les
facilitó medios para que fundasen una hermandad,
la cual comenzo a salír en procesión con sus
imágenes el Viernes Santo. Con el tiempo comenzaron también
a ser protegidos por el Cardenal
Solís y otros personajes de influencia
y categoría de la ciudad.
Solían
casi siempre los negros corresponder a
los favores y mercedes que les
dispensaban sus señores y las autoridades
mostrándose humildes y poco molestos; y
para que entendiera en asuntos y pleitos de poca monta nombraron los Reyes
Católicos en 1475 a un individuo de
la misma raza, que es de quien
voy a ocuparme.
Fue
éste un negro llamado Juan de
Valladolid, hombre de templado carácter, de
edad madura, y muy con fama de cabal entre los suyos, este Juan de
Valladolid había seguido a la Corte en
gloriosas jornadas dando repetidas muestras de lealtad a la corona
y pruebas de valor y singular tacto,
que fueron apreciadas por los Monarcas,
quienes en cédula de 8 de noviembre
del citado año de 1475 le decían:
«Por
los buenos é leales servicios que nos
habéis fecho y cacéis cada día,
porque conocemos vuestra suficiencia y
habilidad y disposición, facemos vos
mayoral é juez de todos los negros
é loros libres o cautivos que están o
son cautivos é horros en la muy
noble y muy leal ciudad de Sevilla
é en todo su Arzobispado, é que
no puedan facer ni fagan los dichos
negros y negras, loros y loras,
ninguna— 77— fiesta nin de entre
ellos, salvo ante vos Juan de
Valladolid... y mandamos que vos conozcáis de
los debates y casamientos y otras
cosas que juzgado entre ellos hubiese,
é non otro alguno, por cuanto sois:
persona suficiente para ello, ó quien
vuestro poder hubiere, y sabéis las
leyes y ordenanzas que deben tener, é
nos somos informados que sois de
linaje noble entre los dichos negros.»
Tomó
posesión del cargo Juan de Valladolid
y estableció su residencia en una
casa de la calle de Santa Cecilia,
que es la misma que hoy tiene
el título del Conde Negro, pues así
fue como en los mentideros de la ciudad y por los de su misma raza fue
conocido.
No
resultaron exageradas por los hechos las
palabras que en su cédula dedicaban
los Reyes Católicos a Juan de
Valladolid, pues éste, obrando con singular
astucia, y ajustándose a la más
puntual justicia, desempeñó su empleo con
toda satisfacción y demostrando palpablemente
las buenas dotes que poseía.
Pocas
son las noticias biográficas que del
Conde Negro se han conservado hasta
nuestros días, ignorándose con exactitud la
fecha de su muerte, que se supone
ocurrida en los comienzos del siglo
XVI, sin que tampoco se sepa el
lugar donde recibió sepultura, y otras
circunstancias particulares que de seguro
ofrecerían gran interés ahora.
Cuenta
la tradición que la casa donde vivió
Juan de Valladolid era entonces de
gran amplitud y buen aspecto y
corresponde a la señalada más tarde
con el número 30, la cual conservó
largos —78— años en cierto hueco de
su fachada una cabeza de barro que
se tenía por auténtico retrato del
famoso Mayoral de los negros.
En este edificio tenía el citado Conde
negro su tribunal, ante el que
concurrían a diario multitud de negros
y negras a ventilar sus cuestiones y
a resolver sus disputas, las cuales
era oídas con gran calma y flema
por Juan de Valladolid, quien, representando
con toda gravedad su importante papel,
después de escuchadas ambas partes, solía
dirigir una larga arenga a los que
litigaban, condenando luego allí mismo a
aquellos que lo merecían.
Varias
anécdotas se conocen del Mayoral y juez de
los negros, así como algunos actos de
justicia por él practicados, que corren
todavía en boca de las gentes de la ciudad,
las cuales suelen atribuirlos a otros
personajes que nada tiene que ver con
Juan de Valladolid.
Presidía
éste todos los domingos los festejos
que sus gobernados celebraban en las
afueras de la puerta de Carmona,
y para ello se colocaba en un
estrado, desde el cual daba las
órdenes oportunas y que creía más
convenientes para el buen orden de
los bailes, de los coros, de las
máscaras o de la diversión que se
estuviera celebrando.
Célebre
fue Juan de Valladolid y célebre es
también la calle donde tuvo su
residencia, en la cual, como dije al
principio, se han refugiado los
descendientes de aquellos originales tipos
que tanto renombre dieron en otros
siglos a la Macarena, a la Costanilla
y a la Morería.
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